El mes pasado, el diario La Nación publicaba una nota donde reportaba sobre una conferencia dada en el Global Education & Skills Forum en donde se dio el debate del rol de las universidades como formadores de profesionales. El resumen: según algunos expertos, los títulos universitarios son “irrelevantes” a la hora de conseguir empleo y se debe repensar qué es lo que se enseña en la universidad e incluso considerar otros modelos distintos al del universitario.

Dentro del clima político de nuestro país, el artículo fue recibido con indignación por parte de un grupo de la sociedad que percibió intenciones ocultas en el tono del mismo. Las acusaciones de que “La Nación nos quiere tontos y sin educación” acompañaban al link en Facebook y Twitter. Tal fue la indignación que en el blog de Educando al Cerebro, Fabricio Ballarini y Pedro Bekinschtein decidieron escribir una respuesta donde buscan usar la evidencia científica para responder al interrogante del titular. “Por vos, por tu salud, por tu cerebro, por tus hijos, por un mundo mejor definitivamente VALE LA PENA IR A LA UNIVERSIDAD” termina triunfante. Sin embargo no hace falta más que un análisis superficial para concluir que no, no vale a pena defender a la universidad usando pobre evidencia y falacias lógicas.

Ballarini y Bekinschtein comienzan aclarando que “Hay que tener una discusión sobre lo que se enseña en la universidad”, pero al inmediatamente seguir con “el problema está en suponer que la educación solamente sirve para conseguir un trabajo” comienza la equivocación entre “universidad” y “educación” y la construcción de un hombre de paja que condena la respuesta a la total irrelevancia. Es que el artículo de La Nación, lejos de sugerir que no había que educarse, lo que hace es preguntarse cuál es la mejor manera de educarse para conseguir trabajo. Nada más ni nada menos.

A este punto podría detenerme en mi crítica y considerar que el artículo queda refutado simplemente por argumentar algo que nunca estuvo sobre la mesa, pero vale la pena seguir. El eje central de la respuesta es buscar demostrar distintas formas en que la educación mejora la calidad de vida y para esto usan principalmente dos líneas de evidencia.

La primera evidencia es que, a nivel de país, existe una correlación positiva entre el promedio de años de educación de la población y su riqueza, medida por su PBI per cápita y luego, que hay una correlación positiva entre éste último indicador y la expectativa de vida. Existen múltiples problemas con este argumento. Que “años de educación” no sea lo mismo que “ir a la universidad” es el menor de los problemas, que queda opacado por la utilización de una mera correlación entre variables a nivel de países para concluir una relación causal y luego extrapolarla a las decisiones a nivel individual (porque es el individuo el que decide si, para él, “vale la pena” ir a la universidad). Que en ningún momento muestren la correlación directa entre “años de educación” y expectativa de vida, es un toque de color.

Se podría decir que los autores reconocen la limitación de usar correlaciones. En efecto, se anticipan a esta crítica: “Seguramente podrás argumentar que es una simple correlación y vas a tener razón” dicen. Pero este reconocimiento es puramente superficial y no les impide concluir, falazmente, que “si vivir mejor es tener más esperanza de vida, salud y dinero”, entonces está bueno estudiar.

La segunda línea de evidencia en defensa de la educación universitaria reside en que, según ellos, los hijos de padres que no fueron a la universidad tienen la corteza un 3% más pequeña que los hijos de padres que sí tienen estudios universitarios. No parece importar que el estudio en el que se basan también encuentra áreas del cerebro que no son afectadas por la educación de los padres, que el 3% no aparece en ningún lugar del paper, que no se esté comparando educación universitaria con educación no universitaria y que, nuevamente, se trata de una correlación que puede ser causada por otros motivos.

cerebro

En la investigación médica existen lo que se llama “marcadores indirectos” (surrogate endpoints, en inglés), que se pueden definir como cualquier variable que no te interesaba hasta que te dijeron que te tenía que interesar. Cosas como la presión arterial o el colesterol; a nadie realmente le importa en cuánto tiene los triglicéridos, lo que importa es tener mejor salud y se supone que uno conlleva el otro. De la misma manera, Ballarini y Bekinschtein tienen que dedicar un párrafo entero para explicar por qué tiene que importarte el grosor de la corteza de tus hijos.

La naturaleza indirecta de medir el grosor de la corteza queda en evidencia en otro de los papers citado por la nota, donde se reportan distinciones en encefalogramas de chicos según el nivel educativo de la madre, pero ninguna diferencia en el desempeño en las tareas que se estaban evaluando. En otras palabras, ningún efecto en las cosas que sí nos importan.

Pero sí vale la pena

A pesar de mis duras críticas al artículo, cabe aclarar que bajo ningún punto de vista creo que la educación es irrelevante en el desarrollo de las personas ni de las naciones. Simplemente, hay mejores formas de argumentarlo que usar dudosas correlaciones y variables que poco importan para hacerlo. Una respuesta pertinente al artículo de La Nación debería haberse basado en estudios mostrando específicamente la situación laboral de egresados universitarios en comparación con los no universitarios tratando de tener en cuenta todas las variables posibles.

Pero al final, ¿vale la pena ir a la universidad? La respuesta depende de cada uno, de sus intereses y plan de vida. Hay carreras para las cuales la universidad es necesaria. Medicina, Abogacía, Biología son carreras imprescindibles para poder trabajar en esos ámbitos. Pero otros planes de vida son incompatibles con la universidad.

La educación es un bien en sí mismo. Aún si no te hiciera más rico, más saludable o con hijos con cerebros enormes, aprender cosas es maravilloso; uno de los más grandes placeres de la vida. Te conecta con el mundo, te realiza como persona. Cada día que uno aprende cosas nuevas es un día bien utilizado. Y este aprendizaje no viene de la universidad, sino de uno. En palabras del gran Isaac Asimov, la auto-educación es la única educación que existe.

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