Cuando era un pendejo deambulando por foros de discusión allá en la éra dorada de la internet, cada tanto me encontraba con usuarios que usaban “x” u “@” en los plurales en vez de “o”. Meterle arroba a todo era muy de la burbuja del .com, pero en estos caso la intensión era expresar que un grupo de personas contenía tanto hombres como mujeres. Así me topé con el “lenguaje inclusivo” y así lo desestimé. Si hay algo que amo del español es que, a diferencia del inglés, podemos pronunciar lo que escribimos.
Me imagino que la mayoría de la gente pensó como yo, ya que el lenguaje inclusivo quedó relegado a un nicho. Pero algún día a alguien se le ocurrió usar la “e” en vez de la arroba y de repente, con la aparición de una alternativa pronunciable, nuestrar lenguas se convirtieron en un campo de batalla que sufre los embates de los argumentos de detractores y defenseres por igual.
A favor
Se dice que el uso del masculino como plural sin género marcado excluye a las mujeres. Pero si digo que “Los políticos son todos corruptos”, nadie va a pensar que sólo me refiero a los hombres. Nadie en 2001 dijo “que se vayan todos” sin incluir a la entonces Ministra de Trabajo Patricia Bullrich en su odio. Esto se extiende también al uso de sustantivos sin género en singular. Cuando se firmó la “Convención sobre los Derechos del Niño” en 1989 nadie nunca en su sano juicio creyó que los derechos ahí listados no aplicaban también a las niñas. Situaciones como la de la viñeta de abajo sólo se dan en un mundo imaginario de hispanohablantes lobotomizados.
Otro argumento es la vaga apelación a la relación entre el lenguaje y el pensamiento. La idea es que usar masculino como uso genérico, de alguna manera incentiva el sexismo. Por ejemplo, el blog El Gato y la Caja publicó un artículo donde se citan varios experimentos para apoyar esta idea. Supongo (espero) que los estudios propuestos son los más sólidos que pudieron encontrar, pero son de lo más decepcionantes. Estudios con menos de 40 personas o con métricas recontra indirectas que, como admiten en la nota, son opacados por las comparativas internacionales que demuestran que no hace falta tener género gramatical para ser asquerosamente sexista. Más aún, ninguno estudió el posible efecto de quitar el género marcado a un idioma que lo tiene o de agregar género neutro a uno que no lo tiene.
En contra
Más de une se ríe o critica al lenguaje inclusivo porque “suena feo”. Pero decir “no me gusta” es un no-argumento y lo que hoy “suena feo” puede ser la norma del futuro. O del pasado: mi abuela siempre se quejaba de “la calor”. Les detracteres también son les primeres en sentirse perseguides a gritos de que “algunos pocos quieren imponer” el lenguaje inclusivo. Por mi parte, nunca me encontré con la gestapo del lenguaje inclusivo. Les úniques que tratan de imponer algo serán quienes buscan censurar el uso del lenguaje inclusivo y que saltan a la yugular cada vez que se encuentran con un ejemplo del mismo. Hasta ahora nunca he oído un caso de alguien respondiendo agresivamente porque le otre no habló con lenguaje inclusivo, pero sí presencié muchos casos de lo contrario.
Algunes lingüistas ofrecen su conocimiento de la dinámica de las lenguas. La lingüista Miliber Mancilla, por ejemplo, dice que “Los cambios de las lenguas son sutiles, a veces ni nos damos cuenta”. Esto podrá ser verdad o no (me remito a su experticia), pero no es más que una afirmación descriptiva que pretende hacerse pasar por normativa. Aún si absolutamente todos los cambios de absolutamente todas las lenguas hayan sido “sutiles”, eso no es motivo para no hacer un cambio abrupto ahora. También Miliber Mancilla apela al “principio de economía” para afirmar que “las minorías no pueden cambiar la gramática y mucho menos si esos cambios no son funcionales”. Si se trata o no de una minoría o si pueden o no cambiar la gramática es irrelevante. La afirmación únicamente refiere a la dificultad o no de que el lenguaje inclusivo logre amplia adopción; nada dice sobre su valor. En definitiva, somos les hablantes quienes decidiremos sobre esa cuestión.
Los argumentos basados en las definiciones de la Real Academia Española sufren de la misma falla fundamental. Lo que establece la RAE no es más que descripciones del lenguaje como es usado en el momento. Si les hablantes adoptan el lenguaje inclusivo en grandes cantidades, entonces estarían faltando a su misión al no agregarlo al diccionario y cambiar las reglas de la gramática.
Encontré
La pregunta es, entonces, entre tantos argumentos poco convincentes de ambos lados, ¿qué valor tiene el lenguaje inclusivo? La buena noticia es que el avance de la igualdad de derechos no va a depender de la adopción del lenguaje inclusivo. Podemos crear una cultura menos sexista sin importar cómo hablemos. A su vez, cambiar el lenguaje no va a generar más igualdad. Y esto es porque la relación causal es completamente opuesta.
Voy a retomar algo que que dice dice Miliber Mancilla en su artículo. Ella sostiene que en español “el masculino es el género no marcado”. Que usar el femenino de un sustantivo implica definitivamente agregar la información del género mientras que el masculino se puede usar tanto si hay información de género como si no. Señala que la oración “Los profesores universitarios no viven de lo que ganan” obviamente incluye tanto a profesores como profesoras. Bien. Pero, ¿qué pasa con “Los enfermeros no viven de lo que ganan” o “Los mucamos…” o “Los aeromosos…” o “Los sirvientos…”? De repente, al menos para a mi oído, el masculino ya no resulta tan libre de género marcado. Pareciera que para algunos sustantivos, simplemente no hay forma de no marcar el género. Ni “las enfermeras” ni “los enfermeros” suenan a plurales que incluyan a ambos géneros. Si propongo contratar “un enfermero” creo que a poca gente pensaría en una mujer para el puesto. ¿Por qué será? 🤔️
En un mundo donde la enfermería es un trabajo únicamente de mujeres, que no haya un sustantivo sin género marcado no es un problema grave. Un grupo de enfermeras va a ser siempre un grupo de mujeres y si se contrata a alguien para el trabajo, va a ser una mujer. Pero en la medida en que la profesión cambie su distribución de género, esa otrora pequeña curiosidad de la lengua se convierte en una limitación verdaderamente incómoda. Entre construcciones tortuosas como “profesionales de la enfermería” y repeticiones innecesariamente largas como “enfermeros y enfermeras”, “enfermeres” aparece como una opción razonable y funcional (mal que le pese a Mancilla).
Por suerte, nuestra cultura se está deshaciendo de la segregación entre los géneros y en ese contexto, usar el masculino para no marcar género empieza a ser problemático. El principal valor del lenguaje inclusivo, entonces, es brindarnos herramientas para hablar mejor sobre lo que nos rodea. Permite expresar más cosas, no menos.
El lenguaje tiene que servir para hablar sobre el mundo. Si el mundo se vuelve más inclusivo, el lenguaje también.
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